Martillo de las brujas. Para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza

Malleus Maleficarum, traducido como Martillo de las brujas. Para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza, fue escrito por dos inquisidores germanos del siglo XV con la airada motivación que expone su título y definido por Carl Sagan como “uno de los documentos más aterradores de la historia humana”. Es, también, mi libro de cabecera junto con el Mein Kampf. Dos lecturas reconfortantes para aclarar las ideas al final del día y dormir plácidamente abrazado a mi peluche.

En estos tiempos de incertidumbre no hay mejor cosa que revisitar a los clásicos en busca de buen consejo. Hoy en día ya no se escriben libros como los de antes, como bien dice Sánchez Dragó mientras lanza una severa mirada por encima de sus gafitas. Y como toda campaña ministerial insiste en que leer es intrínsecamente bueno, parece que sin importar el qué, abordemos entonces este tomo de más de seiscientas páginas pues seguro que alguna sana enseñanza extraeremos.

El martillo de las brujas fue publicado en 1486 por Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, dos inquisidores a los que el Papa Inocencio VIII concedió una bula. La obra no gustó a la iglesia por no coincidir con su demonología, pero el éxito del libro fue arrollador. Pasó a convertirse en el manual de todo buen inquisidor durante el Renacimiento y fue el mayor best-seller durante los siglos XVI y XVII, sólo superado por La Biblia.

Como era costumbre en la época, lo importante no era la originalidad del autor sino la fidelidad a la tradición, de ahí que esté conformado por numerosas citas de autoridades, desde La Biblia a Ciudad de Dios de San Agustín. Pero tanto en la elección de esas citas como en las aportaciones propias del autor (que sería, según algunas fuentes, Kraemer casi en su totalidad, aportando Sprenger el prestigio de su nombre), se aprecia una mente erudita, rigurosa y volcada en el estudio… pero también sujeta a una desquiciada obsesión por el sexo y por las mujeres. Es, en definitiva, un alarde de crueldad, superstición y fanatismo sencillamente espeluznante. Lo cierto es que este libro no acaba en boda, y siento el spoiler.

El contenido y propósito es el de desenmascarar y destruir a las brujas, mujeres que habían pactado con el diablo para obtener poderes con los que dañar a sus vecinos y extender la herejía en la Cristiandad. Una vez son identificadas y detenidas las sospechosas de acuerdo a los indicios descritos por ellos, Kraemer y Sprenger establecen el proceso judicial al que deben ser sometidas, que generalmente concluía con ellas ardiendo en la hoguera en obediencia al precepto bíblico: “No dejarás que viva una bruja” (Éxodo 22.18).

¿Pero cuáles eran los indicios que les hacían sospechar de la existencia de la brujería y de la amenaza que representaban? “Las confesiones de los brujos en los tormentos nos han dado una tal certeza de los crímenes perpetrados, que no podemos, sin riesgo de nuestra propia salvación, cesar en nuestra actividad inquisitorial contra ellos”. Véase la lógica circular del argumento: se tortura a uno sospechoso hasta lograr que confiese crímenes que justifican el sistema inquisitorial de detención y tortura de más sospechosos.

¿Y quienes son sospechosos? Aquí la cosa se pone interesante, porque dedican cientos de páginas a explicar que prácticamente toda mujer es una bruja. No seré yo quién diga que andaban completamente equivocados, pero vaya, que tampoco es como para quemarlas en la hoguera. Eso ya es excederse un poco y perder las formas, en mi opinión.

Una mujer que piensa sola, piensa mal

En la tercera viñeta puede verse a la bruja cometiendo torpezas carnales con
el demonio

Qué otra cosa es la mujer sino la enemiga de la amistad, la pena ineludible, el mal necesario, la tentación natural, la calamidad deseable, el peligro doméstico, el perjuicio delectable, el mal de la naturaleza pintado con buen color”. Según la docta opinión de estos eruditos la naturaleza inferior de la mujer la hacía más propensa a ser tentada por el diablo, de ahí que la gran mayoría de los actos de brujería estén cometidos por estos seres de “lengua mentirosa y ligera”, a los que no se puede dejar solos dado que “una mujer que piensa sola, piensa mal” pese a lo difícil que acaba resultado, dado que “es un defecto natural en ellas no querer ser gobernadas”.

Y es que la cosa ya viene de lejos: “cabe destacar que hay un defecto intrínseco en la formación de la primera mujer, dado que fue hecha de una costilla doblada, es decir la costilla del pecho, que se curva en una dirección distinta a la del hombre. Y así, con esta malformación, es una animal imperfecto, siempre traiciona”.

Las imágenes y metáforas se suceden en torno a la misma idea: “Este monstruo [la mujer] toma una triple forma: se presenta bajo la forma de un león radiante; se mancha con un vientre de cabra; y está armada de la venenosa cola de un escorpión. Lo que quiere decir: su aspecto es hermoso; su contacto fétido; su compañía mortal”. Vamos, que no son partidarios.

Citan también el Eclesiastés: “encontré a la mujer más amarga que la muerte; es un lazo de cazadores, una red su corazón, y sus brazos son cadenas. Quien agrada a Dios, la huye”. ¿Y por qué las mujeres no pueden evitar ser tan rematadamente malas? “es insaciable la boca de la vulva, de ahí que, para satisfacer sus pasiones, se entreguen a los demonios”. Ah, vale, tiene sentido. Aquí llegamos entonces al otro elemento que como antes señalaba distingue a este libro junto a su ardiente misoginia: la omnipresencia del sexo.

Penes que viven en nidos de pájaros y se alimentan de avena

La Cuestión VIII del libro trata de dar respuesta a la pregunta “¿Pueden los diablos impedir la potencia genital?”, mientras que la Cuestión IX se dedica íntegramente a reflexionar en torno a “¿Pueden ilusionar las brujas hasta el punto de hacer creer que el miembro viril ha sido separado del cuerpo?”, un tema al que le dedican también íntegra la Cuestión VII de la Parte II. La respuesta es sí. Aunque prefieran recrearse varias páginas en ello: “Gregorio cuenta de una monja que comió una lechuga; ésta, empero, tal y como enseguida confesó el diablo, no era una lechuga, sino el diablo en forma de lechuga o metido en la misma lechuga”. Por eso hay que pasarlas bien por debajo del grifo antes de hacerse una ensalada, que si no mira.

Entonces ella se puso a 20 uñas, el demonio la agarró por las caderas y...

Pero Kraemer y Sprenger, al gozar  de un intelecto mucho más agudo que el mío, van más allá e infieren de esa anécdota que el miembro viril puede ser ocultado a su dueño por una ilusión de los sentidos, provocada por las brujas en su colaboración con el diablo. La solución: matar a la bruja para acabar con el encantamiento. Como luego veremos, matar a las brujas era la solución que se les venía a la mente a estos dos inquisidores para resolver casi cualquier problema. Algunos de ellos particularmente extraños:

Queda la cuestión del juicio que nos merecen esas brujas que coleccionan miembros viriles en gran número (veinte o treinta) y van a colocarlos en los nidos de los pájaros o los encierran en cajas donde continúan moviéndose como miembros vivos, comiendo avena o alguna otra cosa”.

Curiosa imagen, especialmente porque está descrita con sincera preocupación (todo el libro tiene una tremenda seriedad, otra cosa es que logre trasmitirla al lector). Pero como si del adolescente protagonista de Supersalidos se tratase, esta peculiar fijación con los penes continúa:

Un hombre relata que había perdido su miembro y que para recuperarlo había recurrido a una bruja. Esta mandó al enfermo trepar un árbol y le concedió que cogiera el miembro que quisiera de entre los varios que allí había. Cuando el hombre intentaba tomar uno grande, la bruja le dijo: no cojas ese, que pertenece a uno de los curas”.

Ignoro si el manuscrito original tenía dibujos de pollas en los bordes de las páginas, no me atrevería a negarlo. En este otro breve episodio relatan cómo alguien:

“Realiza el acto venéreo que los hombres acostumbran a realizar ante las mujeres , una y otra vez, por sí mismo y sin que los gritos ni las instancias de su mujer le hagan desistir de volver a empezar cada vez. Cuando lo ha hecho tres o cuatro veces tiene por costumbre decir estas palabras: “vamos allá otra vez”. Y ocurre que tras de una enorme cantidad de asaltos de estos cae redondo al suelo completamente agotado y sin fuerzas”.

Suena a película de Ozores, ciertamente. Su interés por el sexo continúa por otras vertientes fisiológicas, al explicarnos como “la sede de la lujuria en los hombres se encuentra en los riñones, desde donde desciende el semen, como en las mujeres se encuentra en el ombligo”  o que “el semen en la polución nocturna proviene de un humor superfluo que lógicamente no conlleva una potencia generatriz tan grande”. Pero siendo las poluciones nocturnas un tema candente del que podrían decirse muchas cosas, resulta mucho más sugerente este otro que abordan un poco después: “De si la delectación venérea resulta mayor con los íncubos que con los hombres”. A elucubrar sobre ello dedican una apreciable cantidad de palabras. Es decir, sentados ante sus mesas en el scriptorium estos dos monjes pasaron un tiempo imaginándose en la piel de brujas fornicando con diablos para dilucidar cuán placentero podría resultar. Por lo que escriben no llegaron a una conclusión demasiado clara, pero debieron pasar un rato entretenido al menos. Y es que a juicio de nuestros dos inquisidores las brujas parecían estar pensando siempre en el sexo. Vamos, como ellos.

Así nosotros hemos conocido a una bruja, que vive todavía, defendida por el brazo secular, que en el curso de la misa, cuando el sacerdote saluda al pueblo diciendo “dóminus vobiscum” añade en lengua vulgar ‘méteme la lengua en el culo’.

Qué mujer más impertinente y cochina, vive Dios. Es comprensible que tal  comportamiento en misa les disguste, aunque ese “que vive todavía” suena contrariado, como murmurando entre dientes “si de nosotros dependiera…”.

Cómo torturar a una acusada hasta que diga lo que queremos oír

Porque en lo que de ellos dependió mandaron con entusiasmo al tormento y la muerte a las que luego despectivamente llamaban “mujercillas quemadas”. Sin que se les crease la menor mala conciencia, muy al contrario:

Muchas otras cosas nos han ocurrido a nosotros, como inquisidores, en el ejercicio de nuestro cargo. Como es poco elegante alabarse a sí mismo, es mejor pasarlas en silencio que incurrir en reputación de fanfarronería“.

Pero si bien no parecían tener ningún remordimiento, su equilibrio mental bajo los parámetros actuales tal vez podría cuestionarse:

Cuántas veces, tanto de día como de noche, nos han asaltado las brujas no sabríamos decirlo. Unas veces como monas, otras como perros o cabras, por sus gritos e injurias, nos turbaban cuando por la noche nos levantábamos a rezar, con el fin de que lo hiciéramos sin devoción“.

También les asaltaban inspiradas revelaciones sobre el mundo si acaso el mal les ganaba la partida en su infatigable lucha contra –a ver si no me dejo nada- la brujería, oniromancia, necromancia, pitonicia, geomancia, hidromancia, aeromancia, piromancia, horoscopia, haruspicia, aufures, interpretación de los sueños, quiromancia, y espatulomancia. Sin su vigilancia de estos males:

Allí donde el profeta predice la destrucción de Babilonia y la presencia en ella de monstruos: allí vivirán las avestruces, allí danzarán los sátiros. Los peludos son los hombres de los bosques; hirsutos, íncubos, sátiros, especies de demonios“.

Toma nota, Tolkien. Para ellos, las brujas eran enemigos con los que no se negocia y sus pecados superaban a los de los malos ángeles. Tenían el hábito de despedazar y comer niños, podían provocar un aborto con sólo tocar a una mujer embarazada, dejar a un niño fascinado, desataban tormentas sin dificultad -la última bruja quemada en Inglaterra fue culpable de provocar una al quitarse las medias- entregarse a torpezas carnales con el demonio y transportarse de un lado a otro por el aire. Aunque no mencionan que lo hagan a bordo de una escoba, si hacen referencia a que pueden servirse para ello en un trozo de madera o una silla, a la que previamente han barnizado con un ungüento extraído de haber hervido a un bebé. Curiosamente al ser detenidas perdían su poder, explican. Lo cual las hacía vulnerables al peculiar sistema judicial teorizado en esta obra y tan frecuentemente puesto en práctica durante los siglos XVI y XVII.

Aunque una acusada en principio podían disponer de abogado, este sólo debía aceptar el caso si su causa era justa. Si, de lograr abogado, éste la defendía con mucha vehemencia era señal de que podía haberlo embrujado, lo que demostraría que ella era una bruja. Ni el abogado ni su defendida debían ser informados del nombre de los acusadores, lo cual como es lógico dificultaba notablemente su tarea y daba carta blanca a acusar indiscriminadamente a quien lo deseara, al no tener que rendir cuentas ni exponerse a consecuencia alguna.

Podían ser utilizados testigos que sean esposo o esposa o hijos, pero sólo como testigos de cargo, no de descargo. Cualquier testimonio en contra de la acusada era bienvenido para Kramer y Sprenger, incluso el de mujeres, pues si bien “son pendencieras y realizan sus deposiciones por envidia, no cuentan con la astucia de los magistrados”, que sabrán discernir qué parte hay de verdad en su deposición.

Pero si pese a todo no lograban encontrar ningún testigo, eso no absolvía a la acusada, dado que “el diablo no obra a la descubierta”. En tal caso se debía torturar a las acusadas para que confesaran. Aunque añaden piadosos que los verdugos debían hacerlo no con alegría, sino con turbación interior. Si durante la tortura la acusada no lloraba, entonces era bruja. Pero si lloraba no significaba que fuera inocente, puesto que “cuando la mujer llora, está intentando engañar” y las brujas tiene mil estratagemas para fingir las lágrimas.

El juez podía engañar a la acusada prometiéndole el perdón si confiesa culpabilidad, e incluso le era permitido compincharse con amigos o verdugos para que estos ofrecieran dejarla huir si reconocía ser una bruja. Pero no vaya a creer el lector que estas maneras fueran mezquinas, arbitrarias y que entonces ya valiera cualquier cosa. El procedimiento legal exigía que para que tales trucos tuvieran validez hubiera un escriba tomando nota, generalmente escondido tras la puerta de la celda.

Otro recurso al alcance del juez era preguntar a la acusada si para probar su inocencia estaba dispuesta a sufrir el tormento del hierro candente. Si respondía que sí entonces quedaba demostrado que era una bruja, dado que una inocente no querría exponerse a semejante tormento, mientras que una bruja sí lo haría al saber que el demonio la protegerá del dolor.

Si pese a semejante evidencia el juez aún dudase, entonces se realizaba esta prueba. Consistía en poner en contacto con la piel de la acusada un hierro al rojo vivo. Si la piel se quema entonces estamos ante una bruja. Pero si se diera el insólito caso de que la piel quedase intacta ello no sería prueba de inocencia, advierten, puesto que la acusada podría contar con la ayuda del demonio para protegerla.

Y si finalmente una bruja no era hallada culpable entonces sería liberada, que por lo que llevamos viendo debía ser tan probable como llegar a la prueba final de Humor Amarillo sin una sola mancha de barro en la ropa. Pero cuidado, eso no significaba que esa mujer fuera inocente -se apresuran a aclarar- sino que simplemente todavía no había podido ser declarada oficialmente culpable. Existiendo la posibilidad de realizar posteriores juicios donde por fin quedase demostrado lo bruja que era.

Viendo lo anterior, parece que estos dos inquisidores hayan sido los fundadores del Estado de Derecho por la vía negativa: la arbitrariedad de los procedimientos, la presunción no de inocencia sino de culpabilidad, la acusación sin pruebas, la nula capacidad de defensa del acusado, la imposibilidad de éste de no testificar contra sí mismo (“me acojo a la quinta enmienda” como dicen en las películas americanas), la tortura como medio lícito para obtener información… un compendio de todo lo que no debe hacerse si se aspira a aplicar justicia. De forma que simplemente basta con darle la vuelta como un calcetín a las enseñanzas de Kramer y Sprenger y ahí tenemos la legalidad de las democracias contemporáneas. Sería interesante conocer hasta qué punto a los teóricos de la Ilustración, constitucionalistas y legisladores de siglos posteriores les sirvieron como referencia para poder hacer lo contrario. Puede que en cierta forma debamos estar en deuda con ellos…

Tal como decíamos al comienzo, el divulgador Carl Sagan se refería a El martillo de brujas en términos muy poco halagadores, como buen humanista partidario de la razón y la ciencia. En su libro El mundo y sus demonios cita parte de una lista del año 1598 de la ciudad alemana de Wurzburgo, con aquellos que fueron quemados tras tan grotesco proceso. Lejos de la frialdad y el rigor burocrático de los registros civiles contemporáneos, la curiosa forma en que está escrito permite atisbar el paisanaje de la época y acercarnos a algunas de las muchas víctimas de las enseñanzas de Kramer y Sprenger:

El administrador del senado, llamado Gering; la anciana señora Kanzier; la rolliza esposa del sastre; la cocinera del señor Mengerdorf; una extranjera; una mujer extraña; Baunach, un senador, el ciudadano más gordo de Wurtzburgo; el antiguo herrero de la corte; una vieja; una niña pequeña, de nueve o diez años; su hermana pequeña; la madre de las dos niñas pequeñas antes mencionadas; la hija de Liebler; la hija de Goebel, la chica más guapa de Wurtzburgo; un estudiante que sabía muchos idiomas; dos niños de la iglesia, de doce años de edad cada uno; la hija pequeña de Stepper; la mujer que vigilaba la puerta del puente; una anciana; el hijo pequeño del alguacil del ayuntamiento; la esposa de Knertz, el carnicero; la hija pequeña del doctor Schuitz; una chica ciega; Schwartz, canónigo de Hach…
 

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FUENTE: JOT DOWN